jueves, 5 de agosto de 2010

Viendo a Diego en su ataúd...

…Viendo la precaria construcción de la vivienda donde lo velaban, no de ladrillos vistos, sino de paredes sin revocar. Viendo la única habitación de la casa, con apenas una mesada de cocina y vacía de muebles, no por haber sido preparada para velatorio, sino porque no hay en ella más que una mesa y cuatro sillas, todas diferentes, cirujeadas seguro…
Viendo desde la puerta el descampado, como tapiz de frente, un basural a cielo abierto y plagado de totoras, cañas y cafetos, justo sobre la barranca que dibuja el Saladillo, allá, donde termina el municipio, justo antes de subir el puente.
Viendo el agua serpentear, cargada de putrefacción y desechos irreconocibles…
Viendo el caserío olvidado, donde el acceso lo tiene prestado un camino de tierra, hecho a pasadas de carro…
Viendo el ataúd sostenido por caballetes prestados y apenas dos velas malolientes como todo ceremonial, sin siquiera candelabros y ni una sola flor…
Viendo su rostro tieso, tenso por una muerte violenta, como violenta fue su vida…
… no pudimos más que evocar todos aquellos conceptos y categorías trillados, vacíos, sobre la exclusión, la falta de oportunidades, la cultura del trabajo, la línea de la pobreza, la desigualdad, la brecha económica, la fallas de la educación, las políticas públicas, la cuestión del presupuesto, la inseguridad, lo imputable de lo inimputable: la corrupción, la distribución de la riqueza…, pero al hacerlo, comprender que ninguna interpelación, ninguna respuesta desanudaría nuestras gargantas, y menos, desoprimiría nuestros pechos. Menos todavía, esclarecería nuestra razón.
Viendo entre sus manos apretadas, las cuentas de aquel rosario de semillas enlutadas, como testimoniando la cantidad de balas, o de caídas en cana, o los apremios…, casi testimoniando las noches sin comida, o los porros y las pastillas, los “poxi”, casi testimoniando las palizas o los No, testimoniando sí, la responsabilidad de los ausentes, es que reflexionamos acerca de su destino, de la impronta de su corta vida como grito de advertencia.
Viendo a Diego en su ataúd, no pudimos sino recordar al Diego de los chistes, el de los eneojos y las quejas. El Diego de la sonrisa y la mirada opacas que no tuvo por delante más que su circunstancia. Aquel Diego de la promesa de un amor sin condiciones…
Viéndolo a Diego ahí, no tuvimos más remedio que meditar acerca de tantos diegos entrampados en esta realidad capital, sin futuro para ellos, sin escape… Tantos diegos que hemos visto, tocado, oído, sentido, como a él. Que hoy esperan, a la margen de todo. Tantos que vemos en este diario transcurrir, sin poder dar más que un poco de compañía, como aquel sábado, temprano, lo acompañamos a él.
Porque a la vuelta de la esquina, en el pasillo o en la salidera, o vaya a saberse en qué, la vida los está esperando…para negarles todo otra vez. Para arrancarles la infancia, para serles esquiva hasta con lo que les pertenece. Para sumirlos en esa suerte de coraje, esa independencia que les dá rienda para supervivir, pese a todo.
Para hacerlos los héroes y los villanos, para mostrarles que no hay un camino, sino, todos!
Para ponernos a nosotros a trabajar con fuerza para darles lo mejor. Para sentir que podemos, aunque poco, pero porque queremos, porque creemos y porque nos empuja la llave que abre su corazón y su conciencia…
…Y más, tanto más….viendo a Diego en su ataúd.
Aníbal

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