jueves, 5 de abril de 2012

A un año de trabajo: Hoy 18 de agosto de 2010 ya cumplí un año de trabajo en el IRAR. Y los aniversarios son las grandes puertas para la estupidez como diría Cortázar. Así que no escribiré algo especial, sino una reflexión de lo que descubrí. Digo que descubrí, porque realmente no sabía en lo más mínimo a lo que iba. Ni siquiera adónde iba. Recuerdo que jamás acepté la opción de conocer el IRAR de antemano, por temor a no querer volver más. Hoy precisamente, estamos en una coyuntura donde la “crisis de crecimiento” de la tarea y el rol de los acompañantes se evidencia dramáticamente dado el número de jóvenes encerrados. Entramos sin saber muy bien qué hacer pero sí con una gran voluntad y decisión político-ideológica (aunque estos términos suenen tan duros en estas épocas posmodernas, dentro de una cárcel, donde se vive una pequeña y sumergida dictadura, cobran más sentido que nunca). Por lo menos, en mi año de trabajo, ningún acompañante abandonó su trabajo como antes hicieran otros. Sin embargo, no por eso no existieron las agresiones hacia nosotros. Pero así como una cárcel sirve para atacar las consecuencias y no las causas. Cuando pensamos en las agresiones, atacamos las causas y no las consecuencias. Ante la respuesta institucional (informe, “engome”, castigo físico ilegal) nuestra respuesta: una charla, un mate, un abrazo fuerte. Recuerdo cuando chorreando mierda de la cabeza me quedé apoyando los brazos en la reja un par de minutos preguntándole a quien me la había arrojado por qué lo había hecho. Y no hubo respuesta. Es que nunca nadie antes, ante semejante agresión, le había preguntado el por qué. Siempre le ofrecieron respuestas. Y sobre todo, represivas. Fue y es difícil convivir con una lógica represiva (física, simbólica, institucional) ya que en un lugar cerrado, es un juego de suma cero. Lo que gana la presencia se pierde con la ausencia. Y lo que avanza en la ausencia es la oscuridad, la institución total que todo lo controla: la ansiedad, el aburrimiento, el consumo del tiempo y de la vida. Nosotros introdujimos las preguntas en un lugar que ya tenía todo resuelto con respuestas antiguas, extemporáneas, basadas en la fuerza, que no entiende razones ni emociones. Y esas preguntas las trasladamos a los chicos, a los pibes. Y tal vez por primera vez, pudieron pensar que ellos podían ser otra cosa, que había algo más allá de las 4 paredes del barrio, la droga, el robo y la violencia. Qué cómo podía ser que el IRAR pudiera ser para ellos la libertad, la protección que afuera no tienen, el contacto con la escuela y el Estado que nunca antes tuvieron. En realidad, como escuché en una conferencia la semana pasada, ellos pueden pasar de la vida “normal” a la “anormal” rápidamente. Y como nosotros sabemos “la vida del choro es así” y 4 meses de cárcel y verdugueo pagan 2 meses de libertad viviendo a mil. Pero volviendo a la pregunta, al comenzar y todavía hoy, lamentaba como muchos de ellos decían y dicen que no quieren cambiar su vida y que van a pasar toda la vida presos y así está bien. Entonces, nuestra pregunta comenzó a hacer mella. El sólo hecho de escribir a algunos les abrió un nuevo mundo. Como sabemos, ningún pibe terminó la escuela primera, que dejó en los primeros grados y la mayoría son analfabetos puros o funcionales. Carlos un día estaba esperando que lo condenaran por un “omicidio”, es decir, por algo que ni siquiera sabía escribir. Hoy se debate entre las rejas y la libertad. Libertad que no está ni detrás ni tras las rejas, está solamente en su alma. Omar dice que los pocos días que tuvo de libertad tras las rejas, soñaba con estar adentro nuevamente. Que la droga era su verdadera cárcel. Y Fabricio, un amigo que se animó también a lo desconocido, les dice desde el primer día que la libertad no es estar del otro lado del muro. Que él, a pesar de estar del otro lado, también se siente encerrado, que en el afuera uno está atado a muchas cosas que lo hacen esclavo. El miedo a la libertad, citando a Fromm, es enorme. Descubrimos también que los pibes son todos pobres. Que sus padres, si los tienen, o están presos o sin trabajo. Que sus madres, a las que tanto quieren, se la rebuscan con un promedio de más de 6 hijos para cocinar, hacer changas, mantener una casa e ir a visitarlos para llevarles lo poco que puedan. Vimos también que la mayoría de ellos comenzó a drogarse desde chicos, con pegamento, y que luego fueron sumando otras sustancias: marihuana, cocaína, alcohol, pastillas. Es la única forma de consumir y aspirar algo y a algo que tienen. Después vendrán las teorías psicológicas y sociológicas para explicar lo que ellos ni siquiera intuyen. La ausencia de marco de referencia (familias destrozadas, disfuncionales, ausencia de la escuela) hace que los jóvenes se referencien con los pares, con los amigos. Otra de las cuestiones trascendentes fue la relación con la policía. Fernando contó que en una comisaría, hay un colorado que les pega a todos, menores y mayores. Y si uno le da plata, cumple sus funciones de pasar agua y pan a los presos. Una vez lo golpeó con tanta saña que Fernando osó a denunciarlo. Porque ningún apremio ilegal, ni siquiera el que termina en la muerte, es denunciado. Son códigos. Parecieran ser códigos entre adultos, pero son entre pibes de 10 a 16 años y policías supuestamente adultos. Yo no sospechaba que la policía arregla con los ladrones más veces de las que no arregla. Y creería yo que la relación es 70-30, es decir, de cada 10 delitos, 7 veces la policía deja actuar a cambio del botín entero o parte de él, a cambio de dinero que incluso se puede pedir telefónicamente a la familia desde la misma comisaría. Que hay bandas lideradas por policías, integradas por ellos, apañadas por ellos, eso todo el mundo lo sospecha. Pero aquí develamos nombres, apellidos, apodos, modu operandis y cifras. Cifras que ridiculizan cualquier cifra destinada por el Estado a programas sociales para los jóvenes y la pobreza. Porque la droga y el robo de automotores gestionado casi íntegramente por la policía (en actividad o retirada, directa o indirectamente) es la principal caja ya no chica, sino enorme, que financia a una corporación demasiado corrupta para poder renovar las manzanas podridas. Si antes decía que en el IRAR se vive una pequeña dictadura, en las comisarías esta situación es por demás de evidente. Más de la mitad de los jóvenes que ingresan al IRAR nos cuentan que en las comisarías son torturados, incluso con prácticas antiguas como el submarino seco o el encierro en salas oscuras, sin agua ni comida, sometidos a los gritos vapuleantes y golpeados con patadas y palos cuando los agentes así lo decidieran. Pero también, a veces, se me aparecen las víctimas de quienes están en el IRAR. Y pienso que en cualquier momento podría ocurrirme algo a mí o a mi familia o amigos. Surgen entonces las preguntas. Y esbozo algunas respuestas. Las causas no están en las personas, las consecuencias sí. La violencia es la consecuencia de un contexto social y económico de dominación de clases. La pobreza no “roba” más que la riqueza, sino que lo hace violentamente, mientras que la riqueza se mantiene y aumenta gracias a la dominación menos violenta. Hoy el mito de la in-seguridad que está dominando simbólicamente la agenda pública. El mito se alimenta de la mentira, la estéreo tipificación de grupos. Pero sabemos que no existe ni la seguridad ni la inseguridad. Lo que existe son personas en contextos violentos que se comportan de determinadas maneras, así como otras personas en contextos menos violentos maximizan las ganancias a costa de la pobreza y marginación de muchas personas. Ambas son conductas socialmente válidas, porque los contextos las justifican. Mauro 18/8/2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario